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Declaración de Granada
La ciencia es parte de la gran aventura intelectual de los seres humanos, uno de los muchos frutos de su curiosidad, del intento de representar el mundo en que vivimos. Como producto del pensamiento humano, la ciencia es un componente medular de la cultura, por lo que resulta urgente llevar a la consideración de todos, especialmente de los intelectuales de formación humanista, que la ciencia no es una actividad extraña a la vida y que, por tanto, sus respuestas también son de carácter cultural. Más aún: las ideas científicas, a veces de modo velado, condicionan profundamente las ideas sociales.
Parece indudable que para resolver muchos de los problemas de nuestro mundo se requiere más investigación científica, un nuevo talento y una articulación permanente con las demás formas racionales de aproximación a la realidad. Ni el miedo, ni el desdén, ni la reverencia son los sentimientos más convenientes para relacionarse con la ciencia. La curiosidad y la confianza parecen, en cambio, actitudes más acertadas. Parte del interés social por la ciencia está provocado por la magnitud y la velocidad de los cambios sociales, estimulados en gran parte por los descubrimientos científicos. La ciencia puede cambiar nuestro destino como seres humanos. La información, por lo tanto, es una ayuda indispensable para el debate ético.
Hay que desterrar la idea de que el debate científico concierne únicamente a los especialistas. En ese sentido, se vislumbran signos esperanzadores de la quiebra del desencuentro tradicional entre la comunidad científica y la sociedad. Está comenzando a fraguarse un nuevo compromiso social con la ciencia que afecta a los científicos, a los ciudadanos, a los gobiernos, a los educadores, a las instituciones públicas, a las empresas, a los medios de comunicación… El apoyo a la ciencia por parte de la sociedad deberá ir manifestándose en los próximos años no sólo en una mayor provisión de fondos para la investigación, sino en la creación de nuevos instrumentos de participación social: comités de bioética, organización de encuentros y debates, canales específicos de información…
Es notorio el desequilibrio que existe hoy entre el interés ciudadano hacia la ciencia y la escasa oferta informativa. Comunicar a la sociedad lo que hacen los científicos ya no puede estar ligado a la voluntad personal, a la eficiencia de los gabinetes de prensa, a la mayor o menor simpatía del investigador, a la concepción más o menos social de su trabajo. Hay que pensar en la sociedad, aprender a dirigirse a los ciudadanos no desde la suficiencia, sino desde la modestia, saber dar una información inteligente y al mismo tiempo inteligible. La claridad no puede ser nunca sinónimo de simplificación, sino de calidad comunicativa. Hay ciertos riesgos de la comunicación científica que es preciso evitar: la trivialidad, la búsqueda de titulares sorprendentes, el efectismo, la demagogia, la prisa, la confusión entre los ensayos y los resultados reales…
No es una cuestión menor determinar el carácter del lenguaje científico, o mejor, el del lenguaje con que se ha de comunicar la ciencia para alcanzar una comunicación eficaz y fluida entre los científicos y la sociedad. Es un reto para todos y ha de ser motivo de reflexión permanente. Los científicos deberían vencer sus reticencias a hacer comprensibles sus investigaciones, a hablar a los ciudadanos de un modo diferente a como hablan a sus colegas; los periodistas, por su parte, deberían hacer un esfuerzo para mejorar su preparación y buscar una mayor especialización. Las empresas editoriales y de comunicación deberían ser sensibles a este desafío y tratar, en consecuencia, de ensanchar los espacios dedicados en sus medios a la ciencia. Los nuevos espacios de divulgación científica, museos de ciencia y planetarios, están sirviendo para que muchos ciudadanos realicen su primer contacto con el mundo de la ciencia, y deberían por tanto consolidarse y ser apoyados como excepcionales instrumentos de aproximación al conocimiento científico.
Es urgente incrementar la cultura científica de la población. La información científica es una fecundísima semilla para el desarrollo social, económico y político de los pueblos. La complicidad entre los científicos y el resto de los ciudadanos es una excepcional celebración de la democracia. Pero, además, esa nueva cultura contribuiría a frenar las supercherías disfrazadas de ciencia, aumentaría la capacidad crítica de los ciudadanos, derribaría miedos y supersticiones, haría a los seres humanos más libres y más audaces. Los enemigos a batir por la ciencia son los mismos que los de la filosofía, el arte o la literatura, esto es, la incultura, el oscurantismo, la barbarie, la miseria, la explotación humana.
Parque de las Ciencias. Granada, 27 de Marzo de 1999